Cayó una generación con doble moral,
esa plaga de gentuza que se despide mientras deja rastros de su era, pero el problema no son ellos,
sino su legado, la estricta e incongruente dualidad del bien y el
mal. Ahora son viejos que han perdido el carácter, ya había
peligrosos pliegues en su piel cuando fue tarde para intervenir en el
nuevo pueblo. Proclamaron la misma ley que los acorraló; lo único
que no cambia es que todo lo demás sí cambia.
Empezamos desde cero, desde la generación cero. Un montón de niños grades, que se les fue arrebatada la oportunidad de “madurar”, jugaban lo mismo de siempre pero se aburrieron, las viejas leyes fueron las primeras víctimas de la información, fácil, quieren divertirse: ¡nuevo juego y nuevas reglas!
Los hijos de W. Golding dirían que el
juego será el mismo, eso pasa cuando miras al sol por mucho tiempo;
te mareas y terminas creyendo en la preponderancia de los ciclos en
la naturaleza, lo que quiero decir es que podría ser peor. No
obstante, suponer que será diferente no contradice la tesis de
Golding, (él no contempla la existencia concreta de un contexto
obsoleto).
Aunque la pluralidad tiende a una
homogeneidad grisácea, significa desintoxicación, las viejas
creencias se van con las virtudes fallidas, las ideas prohibidas
claman libertad, se yergue la torre de babel.
Y por último estamos nosotros; la
frontera, presenciar el derrumbe es nuestra depresión, pero no
haríamos nada para conservarla, salimos al mundo y nos desilusionó,
sólo nos queda especular, desear que, de la información, surja
conocimiento y sabiduría. Vamos a destruir algo, en la ciudad del
tiempo fuimos el momento más efímero.